Foto: Cottonbro

La comida que fotografiamos

Hemos escuchado en varias oportunidades que una de las maneras de llegar al corazón es por medio de la comida. En este momento puedo recordar y saborear los postres de mi abuela, también recuerdo una ocasión que estuve mucho tiempo sin ver a mi mamá, ese día ella preparó pabellón, un plato tradicional de la gastronomía venezolana. Cuando comencé a comerlo literalmente lloraba de la nostalgia y amor que sentía en ese momento.

He entrevistado a varios profesionales de la lente que se dedican a fotografiar alimentos, arte que me parece interesante y retador, por el simple propósito de capturar la vida y color de los comestibles. El empeño y consideración que los fotógrafos transmiten en sus excelentes imágenes lo percibe el público como respeto hacia ellos.

Fotografiar comida es más difícil de lo que parece. En conversación con una fotógrafa le consulté cuál es la clave principal de la fotografía de productos, ella mencionó que todo se trata de la luz, tomar en cuenta la intensidad de la luz y como esta incide en la comida. El artista Laszlo Moholy-Nagy, dice “el fotógrafo es un manipulador de la luz; la fotografía es una manipulación de la luz”.

En la actualidad, con el auge de las redes sociales y la pandemia, las industrias alimentarias han generado gran impacto en la sociedad. Atrás quedaron los comerciales por televisión de comidas de prototipos y elaboradas para vender, las personas no ven tanta pantalla chica como antes, pues viven conectadas a sus celulares el mayor tiempo posible.

Y que mejor manera de llegar a la audiencia que por medio de las redes sociales para vender, en este caso comida. Hoy en día, cada marca tiene su Community Managers trabajando conjuntamente con otros profesionales como los fotógrafos, para aumentar la cantidad de seguidores y por ende consumidores. Y el compromiso inconsciente que asumen los seguidores es tal que trabajan gratis. Sí, caemos en la ingenua práctica de fotografiar –porque nos parecieron bonitos los platos– sus productos, etiquetarlos y subirlos en nuestras redes sociales: publicidad gratis.

Pero ¿por qué no mostrar a la audiencia la otra cara, la comida basura que nos intentan vender? Por supuesto, sería contraproducente para algunos de ellos mostrar sus procesos. Dirigirse a la audiencia adecuada es fundamental. Sin embargo, he observado que no solo de fotografía “nos alimentan” en las redes sociales. También podemos ver vídeos de restaurantes donde está el chef preparando y manipulando los alimentos sin guantes, olvidando por completo que estamos en pandemia.

“El fotógrafo es un manipulador de la luz; la fotografía es una manipulación de la luz”

WorLaszlo Moholy-Nagy

No es de mi gusto tomar refrescos, sin embargo, a veces apetece. Igual pasa en querer comer en la calle, no es habitual en mí, pero en algunas ocasiones toca. Y cuando sucede, trato que sea en un buen lugar, por lo general que el establecimiento tenga en mí una trayectoria de confianza en cuanto a servicio y menú.

Hace unos días debí hacerme unos exámenes de sangre de rutina, por lo que debía mantenerme en ayunas. Ya realizados podrán imaginar el hambre que tocaba a mi puerta. Decidí ir a un establecimiento que es una mezcla de pastelería y heladería, ubicado en la urbanización Las Mercedes (Caracas), que frecuentaba antes de la pandemia y sobre el cual tenía una buena opinión.

Lo que eran dos sencillas órdenes de desayuno conformadas por omelettes y jugos se convirtió en una pesadilla. El cocinero preparaba los platos sin usar mascarilla, observación que le hicimos apenas notarlo. El mesonero que tenía a cargo llevarnos los jugos a la mesa, luego de servidos en los vasos, limpió su nariz y sin lavarse las manos, seguía atendiendo clientes.

Casi 45 minutos más tarde, aparecieron dos platos que pretendían ser lo que habíamos solicitado: fríos, crudos y con pésima estética. Como cliente y como fotógrafa no pude evitar tomar las fotos de lo que nos habían presentado. Consideramos nuestro deber hacer una crítica constructiva a la persona encargada, quien apareció a atendernos, también sin mascarilla, y darnos las gracias.

El contraste de las imágenes de comidas que abundan en el local, chocaba evidentemente contra lo que en realidad recibía el cliente. ¿Simplemente se utilizaron las fotos para crear interés? ¿Qué motiva a descuidar un servicio tan básico y delicado como lo es servir alimentos con higiene, medidas de bioseguridad y calidad?

Creo que, así como podemos emplear la poderosa herramienta de la fotografía para destacar trabajos gastronómicos de alta calidad, no debemos pasar por alto las oportunidades en las que, como ciudadanos, debemos advertir de la deshonestidad vestida de publicidad engañosa.

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