El fin de semana pasado decidí visitar un lugar especialmente hermoso en la ciudad de Caracas. Me fui bien tempranito porque es muy concurrido por su interesante y variada agenda cultural. Pero, no sólo por esto madrugué ahí, sino porque deseaba la tranquilidad de la mañana para realizarme algunos retratos vintage.
El sitio es privado y en donde hacer fotos con cámaras profesionales debe ser autorizado, aunque no disponen de letreros con la frase “prohibido hacer fotos” o con el icono de la cámara tachada, como existen en varios establecimientos de nuestro país. Lo paradójico aquí es, que los visitantes pueden utilizar las cámaras de sus celulares para retratar, y así decidí hacer.
Cuando ya me encuentro en el lugar y en la pose que deseo con mi cámara Rolleiflex en mano, le pido a mi compañero que me retrate con su teléfono móvil. En ese momento como por arte de magia, aparece un empleado de la institución y dirigiéndose especialmente a mí, me informa cortésmente: “Amiga, aquí está prohibido utilizar ese tipo de cámara”. Por supuesto, el instante me pareció jocoso, pensé que tomar fotos ahora es mucho más fácil a comparación de los tiempos de la reliquia que yo portaba en ese momento, pero también es mucho más restringida para hacer. Luego de la aclaratoria que el equipo que portaba era una antigüedad y no tenía película, seguimos con las fotografías usando el teléfono celular.
Eso me hizo recordar, el pasado acto de graduación de bachilleres este mismo año, en donde mi sobrino era el protagonista. Fue sorprendente que durante todo el evento estaba prohibido fotografiar y para que la orden se cumpliera, fue asignado un personal por sección del auditorio con el propósito de asegurarse que absolutamente nadie del público realizara con cualquier tipo de cámara, incluyendo los teléfonos celulares, una “foto de recuerdo del muchacho recibiendo el título”. Al final impidieron nuestro razonable deseo de plasmar a la distancia, imágenes de momentos únicos de nuestras vidas.
En el caso de los museos, con frecuencia todos queremos la foto del cuadro o la escultura, pero con frecuencia, se prohíben totalmente reproducciones fotográficas con flash en el caso de las pinturas, por razones de conservación y para mantener en perfecto estado las obras. ¿Se imaginan a la Mona Lisa retratada diariamente por miles de visitantes al museo y que estos utilicen el flash de sus cámaras? Los daños serían considerables.
Indiscutiblemente, documentar nuestras vidas es mucho más fácil con la llegada de los teléfonos inteligentes y ahora todos realizamos fotografías y las compartimos por Internet. Entre las fotos más populares que se toman y comparten en red, se encuentran las selfies o de grupos familiares hechas frente a objetos, lugares y monumentos que consideramos famosos o importantes para nosotros. No hay nada más frustrante que encontrarnos con restricciones para esta actividad.
Pero, ¿Por qué la prohibición de tomar fotos se implementa y pasa a ser un problema para quien desea captar imágenes?, ¿Qué puede y qué no puede ser fotografiado? Las causas son numerosas y variadas, van desde el deseo de las personas a mantener la privacidad de su vida íntima, hasta condiciones especiales incluidas en derechos de autor de procesos industriales, pasando por el cumplimiento estricto de normas de seguridad. La conclusión que es común para todos estos casos y otros similares, es que el fotógrafo sea aficionado o profesional, debe respetar y cumplir las normas.
Por otra parte, y sin dejar de considerar el cumplimiento de las pautas, no podemos pasar por alto casos, como el de la graduación antes mencionada, donde la motivación era totalmente comercial e injustificadamente restrictiva. Los mismos organizadores del evento que prohibían a los asistentes tomar fotografías, a la salida del auditorio repartían volantes ofreciendo la venta de las fotos que ellos habían tomado.
La rapidez con que evolucionan los escenarios y las tecnologías, generan cambios en los comportamientos y reacciones de las personas, lo cual debe asumirse plenamente para lograr que la tolerancia y el respeto mutuo como virtudes, favorezcan el desarrollo de actividades de diversa índole en nuestra sociedad.