«Todos somos unos fisgones más»

Con el clima actual que engloba la pandemia del coronavirus, ver el lado positivo puede resultar, para muchos, un tanto difícil. Desde el inicio de esta situación, gradualmente, algunos hemos comenzado a transitar por las distintas etapas emocionales que conlleva estar semanas y meses en reclusión: estrés, incertidumbre, miedo, agotamiento, frustración, temor, alivio, entre otras. Posiblemente, tengamos que aceptar que convivir con este virus sea el resultado final.

Anhelamos recuperar la normalidad, volver al trabajo o socializar como antes con nuestros amigos y familiares. Ahora somos dueños de nuestro tiempo, nos sobra, y nos preguntamos: ¿qué hacemos con él? Para algunos, es absurdo pensar en la posibilidad de sacar provecho, y a su vez, experimentar efectos positivos al permanecer en nuestros hogares. La soledad, la rutina y la inactividad pueden causar terror a cualquiera; aunque, para otros, este período puede resultar en un proceso de curación, generando cambios efectivos en la manera en que vivimos y nos relacionamos con los demás.

El valor, esa cualidad que estoy segura está resonando en la conciencia de muchos. Ahora sí vemos y apreciamos todo lo que nos rodea, al igual que lo que hemos perdido. Independientemente de dónde estemos, documentar nuestras condiciones internas y el entorno, desde lo micro hasta lo macro, nos ayudará a tomar conciencia de lo que está ocurriendo. Así, proporcionaremos información a quienes se encuentran en la misma situación.

Con razón, el fotoperiodista estadounidense James Nachtwey, basándose en su trabajo sobre el genocidio en Ruanda, destacó la importancia de documentar lo que sucede para generar cambios y crear conciencia en otros. “Si me derrumbo, si me dejo vencer por los obstáculos emocionales que tengo enfrente, soy inútil. No tiene sentido que esté allí en primer lugar. Creo que si vas a lugares donde la gente está experimentando este tipo de tragedias con una cámara, tienes una responsabilidad. El valor de esto es hacer un llamamiento al resto del mundo para crear un impulso donde el cambio sea posible a través de la opinión pública. La opinión pública se crea a través de la conciencia. Mi trabajo es ayudar a crear esa conciencia”.

Desde nuestras ventanas, contemplamos el paso del tiempo, nuestras miradas se concentran en sombras y queremos registrarlas. Algo tan cotidiano como la luz del sol se convierte en la atracción del momento. Ahora, «toma forma» y propósito para nosotros. Como diríamos, como perro por su casa, la luz penetra en nuestros hogares y se apodera de paredes, ventanas, cortinas, objetos y sujetos que se cruzan en su camino durante todo el día. Y no estamos satisfechos solo con fotografiar; queremos que otros vean lo que estamos viendo.

La cotidianidad nos impulsa a ser mejores observadores de nuestro entorno. Esto queda demostrado con el trabajo titulado Un fisgón más, del fotógrafo documental venezolano Ricardo Jiménez, quien considera que “con esta especial situación, todos somos unos fisgones más”. Jiménez nos invita a mirar lo que él ve desde su ventana. Valiéndose de su cámara y el «toque extra» de unos binoculares, su intención proporciona el encuadre perfecto del misterio, activando en el espectador la intriga. Estimula distintas lecturas y opiniones sobre la imagen, dependiendo de quién la vea. Un fisgón más es una fracción de la realidad, encuadrada y circunscrita.

Encerrados, necesitamos un feedback, una reacción, un intercambio con los demás. No hay intimidad ni privacidad; permitimos que otros “vengan” y documenten cómo estamos sobrellevando este proceso de aislamiento. Necesitamos estar presentes y conectados unos con otros. Por eso, seleccionamos un tema y comienza la caza de momentos “Kodak”, con el objetivo de hacerlos públicos, compartiéndolos en nuestras redes sociales. Como expresó el escritor Roland Barthes: “La era de la fotografía corresponde precisamente a la irrupción de lo privado en lo público, o más bien, a la creación de un nuevo valor social, que es la publicidad de lo privado: lo privado se consume como tal, públicamente…”.

En este momento no se trata de archivar, todo lo contrario, necesitamos mostrar. Recurriendo a nuestros archivos fotográficos personales, para buscamos comprender y unir nuestras relaciones. De hecho, recientemente me sorprendió escuchar a un psicólogo recomendar el uso de álbumes familiares como recurso de sanación, con el fin de indagar en las distintas etapas de las relaciones familiares, especialmente en aquellas que se han roto o deteriorado por el confinamiento. En conclusión, estamos saboreando esta etapa de retiro, y me pregunto: ¿Cómo sería esta situación de pandemia global sin la fotografía? Gracias a ella, profesionales como el fotógrafo Ricardo Jiménez y aficionados la usan para mostrar, conectar, manifestar e informar. Es imposible restar importancia a su papel y su potencial.

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