Gracias a estas breves vacaciones producto de la Semana Santa, he podido retomar algunas tareas que estaban en pausa cómo; reorganizar mi archivo fotográfico, coser algunas prendas nuevas y terminar de pintar algunos proyectos, entre otros. Sobre todo, me tumbé en la cama viendo televisión unos días para relajarme como Dios manda, —este pecado trae consecuencias si se desayuna, merienda, almuerza y cena en el lecho— algo que tenía mucho tiempo sin hacer.
Mientras tanto, y sin planificar, vi temporadas completas en Netflix. Entre el terror, la corrupción, la investigación y la ciencia ficción, me topé con Mi primer mandado serie televisiva japonesa, creada en 1991 y transmitida inicialmente en Nippon TV, pero nueva en esta plataforma. Los protagonistas son niños de 2 a 5 años, quienes realizan compras o recados por sí solos. Los episodios no duran mucho, 20 minutos como máximo. Inicia con el mandado que sus padres le encomiendan, puede ser ir a la pescadería, la tintorería, al trabajo del padre o a la casa de una amistad familiar, entre otras cosas. Sin duda, un programa que requiere mucha y cuidadosa preparación.
Por ejemplo, en la montañosa Hakodate vive un pescador, padre del pequeño Sota, un niño al que no le gusta el olor ni sabor del pescado. Sin embargo, su papá le pide llevar tres grandes piezas a la pescadería para hacer sashimi, luego debe pasar por la tienda por una lata de leche para su hermana menor. En este episodio Sato se enfrenta a inmensos retos y resolución de problemas; el desafío con la carga y un gato al acecho, además del par de manzanas que se empeñan en jugar a través de la empinada colina donde vive Sato. “¡Las colinas convierten a los niños en hombres!”, dice el narrador del espectáculo.
Al mirar Mi primer mandado, las emociones pueden variar de un extremo al otro. Primero, por el simple hecho de ver a una criatura tan pequeña en la calle, recorriendo trayectos que “consideramos” muy largos para ellos. Segundo, porque en la cultura Occidental no estamos acostumbrados a enviar a nuestros hijos tan chiquillos hacer mandados. Y, por último, la presencia de un narrador que va comentando los progresos de los chicos, provoca en el espectador la sensación de estar en una montaña rusa de sentimientos. Es increíble, hasta he llorado.
Por otra parte, los niños llevan micrófonos, esto nos permite escuchar sus palabritas mientras tratan de “auto animarse” para llevar a cabo sus tareas. Igualmente, van acompañados por camarógrafos y personal del equipo de producción. Cabe destacar que los pequeños visitan lugares de su entorno, que han concurrido en otras oportunidades con sus padres. Tal es el caso de Miro de 2 años, la hija menor de una dueña de un café, quien, con el apoyo de la comunidad, persiste para completar su misión. En este episodio número 7, queda en evidencia la valentía y el deseo natural que poseen los niños de ayudar a sus padres.
Asimismo, en un rascacielos en la metrópolis de Tokio está Ryuta y su amigo Soichiro, ambos de cuatro años. Desde la óptica de estos peques, me atrevo a decir que hacer mandados acompañados es divertido. Estos niños pasearon por la urbe buscando sus propios pañales, además de ir fotografiando.
Ahora que la serie Mi primer mandado cruzó fronteras y es vista en distintos países, ha provocado que algunos sectores debaten varios puntos del programa, en especial si es correcto que los progenitores envíen a sus pequeños solos a la calle. Recordemos que, en la cultura japonesa es conocida la alta reputación como país seguro. Por ende, desde la perspectiva de los padres, asignar e incentivar a sus hijos a hacer mandados desde muy temprana edad, favorece su autoestima, el sentido de la responsabilidad y la seguridad. Por tal motivo, la sobreprotección no hace acto de presencia aquí.
Por último, esta serie televisiva me permitió rememorar el primer mandado que Luisa, mi madre me asignara. Lo recuerdo clarito, imagino haber tenido más de 5 años, me dio un real (50 céntimos) y la tarea era comprar un cubito de pollo en el pequeño y cercano abastico de “Monterola”, un señor de voz ronca, alto y gordo que siempre atendía desde el mostrador. Este tipo de experiencia son inolvidables y de seguro altamente positivas, por lo que debemos abrirnos a nuevas prácticas, siempre bajo la premisa de la seguridad para con nuestros hijos.